viernes, 26 de febrero de 2010

Far from her

Far from her

When I´m far from her.

Cuando estoy lejos de ella, cuando el tiempo viene pasando con lentitud de elefante, y semejante peso.

He pensado durante el desvelo.

Me desvelé, mientras veía un poco de Doctor House, sin poder concentrarme, y dejando que el médico lo resuelva todo solo, sin maravillarme por ello. He pensado durante el desvelo. Últimamente digo mucho que voy pensando, pero la verdad es escasa de verdades, porque sólo pienso cuando pienso en serio, cuando no me doy la razón, y cuando aventuro que estoy en terreno inquieto, donde poco sé de las cosas.

Me di cuenta de eso, que sé poco de las cosas. Cuando me acerco a las cosas que les tenía miedo, siento que me refugié en seguridades que ahora terminan, o de las que permanezco alejado un instante, como quien se aleja de un partido político de la oposición, o quien escabulle de las cercanías del horno cuando carga un helado de crema. Descubro que uno se aferra a las seguridades, pero no sólo a las que te mantienen contento porque te llenan de confianza y alegría, o de pereza de cambios. Sino a las peligrosas, a las que disienten totalmente con cada forma de vida y de pensamiento. Uno se aventura en un terreno desconocido, y arde de temores, y de amarguras. Porque la seguridad suele ser la calma que se anhela, aunque al tiempo uno la descubra perenne.

Da más seguridad caminar por la ribera del río, que cruzarlo por piedras que se mueven, y nos sabemos de su capacidad para sostener, o el musgo que las hace resbalosas. Esto todos lo saben. El mundo en realidad suele ser así, con sus piedras mojadas, y musgos constantes, que se forman sobre todo, y que a veces lo obligan a uno a terminar mojado a mitad del cruce.

Cuando era un niño mi tío Elías me enseñó a cruzar sobre las piedras. Es una técnica compleja. Hay que tener la cabeza en alto, mirando el recorrido que sigue, y avistando las piedras y su estado. También se ha de tener la vista en el final del sendero, a los fines de encauzar la energía, y distribuirla de forma pareja. Lo que Elías nunca dijo es que los caminos rara vez se cruzan solos. Siempre estamos acompañados. Alguien nos indica qué piedras están flojas. A veces se adelanta y nos muestra cómo seguir, y otras se retrasa, dándonos la oportunidad de indicarle. Alguien nos indica el camino, y otras el destino, pero dejando que caminemos y crucemos solos. Nos dará la mano, nos hará sentir que podemos, nos dará el calor que el cuerpo necesita para abrir los ojos, para mirar, para sentir cada paso que las piedras reciban. Alguien nos levantará, o dejará que lo ayudemos.

Cuando encontramos a ese alguien. A esa alguien. A ella, sabemos que el río, que cualquier camino, no será más que la forma de mantenerse en pie, de no quedarse al costado, junto a las rocas, en el llano. Allí no se forman las corrientes perturbadoras del río, pero tampoco se pueden ver las flores que crecen del otro lado.

Cuando estoy lejos de ella, siento que hago el camino solo, y que las flores esperan ser descubiertas . Y esperan también por ella.

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